¿Fue el Nuevo Testamento producto de una conspiración política?

Escrito por el 22/08/2019

Desde el mismo siglo I d.C., época en que los apóstoles aun escribían los libros del NT, ya existía una consciencia general en las iglesias de que estos libros eran palabra de Dios, y así empezaron a ser usados, así junto a todo el Antiguo Testamento.

Hace algunas noches me topé en YouTube con un documental de Discovery Channel, donde se declaraba que el emperador Constantino I fue quien determinó, en una especie de conspiración política, los libros que están incluidos en nuestro Nuevo Testamento (NT de aquí en adelante).

Esta no era la primera vez que me topaba con esta idea. En la famosa novela El Código da Vinci, del escritor Dan Brown, se dice que en el Concilio de Nicea (325 d.C.), convocado por Constantino, fue donde se determinaron definitivamente los libros que serían incluidos en el NT. Aunque esta idea sigue siendo popular en nuestros días, y aun un argumento contra el Cristianismo por algunos escépticos, la realidad es que esta creencia no tiene ningún tipo de sustento histórico. Aunque ciertamente el Concilio de Nicea fue convocado por Constantino, el tema tratado en el mismo fue la deidad de Cristo, no los libros que debían estar en el NT.

Aunque una sencilla investigación histórica desmonta la idea de Constantino como conformador del NT por razones conspirativas y políticas, aun nos quedamos con la pregunta ¿cómo se formó, históricamente, el NT?

El NT fue recibido por la Iglesia, no “canonizado” por la Iglesia

La pregunta anterior presupone que la Biblia no fue un libro que descendió un día del cielo, con todos los 66 libros que la componen. Por el contrario, estos libros vinieron a formar parte de la Biblia a lo largo de todo un proceso histórico.

Entonces, ¿cómo fue este proceso? Una vez los libros y cartas del NT fueron escritos (todos en el siglo I d.C.), fueron copiados y distribuidos en las iglesias a lo largo del Imperio Romano. Estos escritos fueron recibidos por las iglesias como autoritativos, de manera espontánea. Por esta razón fueron los libros más usados por las iglesias en los primeros siglos, a diferencia de los libros apócrifos (ej.: el evangelio de María Magdalena, el Apocalipsis de Pedro, el evangelio de Tomás, etc.), que fueron escritos entre los siglos II y III d.C. La razón por la que las iglesias recibieron los libros del NT como autoritativos instantánea y espontáneamente se debe a lo dicho por el Señor Jesucristo, “mis ovejas oyen mi voz” (Juan 10:27).

Esto imposibilita la creencia de que los libros del NT fueron “canonizados” (hechos parte del canon, es decir, del conjunto de libros considerados como inspirados por Dios) por la Iglesia. Nunca hubo un concilio donde la Iglesia determinó e impuso autoritativamente los libros que compondrían el NT. La Iglesia no determinó la canonicidad de los libros del NT, sencillamente recibió estos libros como ya canónicos en sí mismos. Como bien explica el Dr. Michael Kruger, “la iglesia funciona más como un termómetro que un termostato. Mientras que ambos tratan con la temperatura en una habitación, el último la determina y el primero responde a ella. Similarmente, la iglesia no determina el canon, sino que responde al canon.” [1]

  1. A. Carson y Douglas Moo explican esto de manera muy atinada, “es sin duda importante notar que, si bien no había ninguna maquinaria eclesiástica del tipo del papado medieval para imponer las decisiones, no obstante, por todo el mundo la Iglesia acabó aceptando, casi universalmente, los mismos veintisiete libros. No fue tanto que la Iglesia seleccionara el canon, sino más bien que el canon se fue seleccionando a sí mismo (…) El que, sustancialmente, toda la Iglesia llegara a reconocer los mismos veintisiete libros como documentos canónicos es un hecho notable cuando se recuerda que no hubo presión ni manipulación para llegar a este resultado.” [2]

El NT declara su propia canonicidad

Los escritos más antiguos donde encontramos el testimonio del NT como parte de las Escrituras es el mismo NT. Cabe señalar aquí que a lo que el NT se refiere con las “Escrituras” es principalmente (dado el contexto cultural del Judaísmo del primer siglo) al conjunto de libros considerados como palabra de Dios, es decir, la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento.

Aquí debemos observar dos pasajes del NT: (1) En 2 Pedro 3:15-16, tenemos al apóstol Pedro igualando los escritos de Pablo a la categoría del “resto de las Escrituras”. En otras palabras, en la consciencia del apóstol Pedro, los escritos de Pablo eran tanto palabra de Dios como todo el Antiguo Testamento. (2) En 1 Timoteo 5:18, esta vez el apóstol Pablo cita dos textos de las Escrituras: “No pondrás bozal al buey cuando trilla” (Deuteronomio 25:4), y “el obrero es digno de su salario” (Lucas 10:7). Esto significa que para la mente del apóstol Pablo, el evangelio escrito por Lucas (un discípulo del mismo Pablo) era tanto palabra de Dios como el libro de Deuteronomio.

Cabe subrayar aquí que ya tan temprano como en el siglo I d.C. (antes de mediados de la década del 60 d.C., ya que en esa fecha se estima las ejecuciones de los apóstoles Pedro y Pablo) existía en las iglesias la consciencia de que los escritos del NT eran Palabra de Dios así como el Antiguo Testamento.

El testimonio cristiano sobre el NT en el siglo II d.C.

No solamente el NT da testimonio de su propio estado canónico. Continuando nuestro recorrido por la historia nos encontramos con varios escritos de los Padres Apostólicos haciendo referencia al NT como Palabra de Dios.

La carta 1 Clemente (47:1-3), escrita alrededor del año 95 d.C., hace referencia a la primera carta de Pablo a los Corintios, refiriéndose a ella como escrita por el apóstol Pablo “en el Espíritu”, reconociendo el estado inspirado de esta carta. Ignacio de Antioquía escribió su carta a los efesios (12:2) alrededor del año 110 d.C., donde hace referencia a un conjunto de cartas del apóstol Pablo como autoritativas.  La carta de Bernabé, escrita alrededor del año 130 d.C., cita Mateo 22:14 como parte de las Escrituras. Papías de Hierápolis, alrededor del año 125 d.C., se refirió a los evangelios de Mateo y Marcos como escritos autoritativos para la Iglesia.

Adentrándonos un poco más en el siglo II d.C., nos encontramos con un testimonio más acabado del canon del NT. Justino Mártir (1 Apología 47:3, que data entre el 155 y el 157 d.C.) nos dice que los cuatro evangelios canónicos eran leídos en la adoración junto a los escritos del Antiguo Testamento. Ireneo de Lyon, entre el 170 y el 180 d.C., se refirió a estos libros como parte de las Escrituras: los cuatro Evangelios, Hechos, toda la colección de las cartas de Pablo (menos Filemón), Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 1-2 Juan, y Apocalipsis.

La lista más temprana del canon del NT que tenemos, el llamado Fragmento Muratoriano, data de alrededor del año 170 d.C. Este incluye como libros canónicos los cuatro Evangelios, Hechos, las trece cartas de Pablo, 1-2 Juan, Judas y Apocalipsis. Finalmente, para finales del segundo siglo, Clemente de Alejandría reconoce como canónicos los cuatro Evangelios, Hechos, las trece cartas de Pablo, la cartas a los Hebreos, 1 Pedro, 1-2 Juan, Judas y Apocalipsis.

Conclusión

Este breve recorrido histórico nos demuestra que los libros que tenemos en nuestro NT no fueron impuestos ahí por el emperador Constantino (siglo IV d.C.), ni por ningún concilio de la Iglesia. Esta idea sale de novelas de ficción y no de un ejercicio histórico responsable. Desde el mismo siglo I d.C., época en que los apóstoles aun escribían los libros del NT, ya existía una consciencia general en las iglesias de que estos libros eran palabra de Dios, y así empezaron a ser usados, así junto a todo el Antiguo Testamento. En el siglo II d.C., algunos autores cristianos reconocieron como parte del canon los libros que tenemos en el NT, terminando en el listado canónico más antiguo que tenemos, en el Fragmento Muratoriano.

Podemos tener confianza de que nuestro Dios guió todo este proceso histórico, llevando a los creyentes de los primeros siglos, a lo largo de las regiones donde existían iglesias, a través del Espíritu Santo, a reconocer, predicar y usar en la adoración los mismos libros que tenemos hoy en el NT.

[1] Michael J. Kruger, «El Canon del Nuevo Testamento» en Una Introducción Bíblico-Teológica al Nuevo Testamento , ed. Michael J. Kruger (Wheaton, Il: Crossway, 2016), pág. 561

[2] D. A. Carson & Douglas J. Moo, Introducción al Nuevo Testamento (Barcelona: Editorial Clie, 2008), p. 656

Escrito por: José Andrés  Landeta, miembro de la Junta Directiva de Radio Eternidad. Puedes encontrarlo en twitter 


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